Uno de los principales ejemplos es Proverbios 20:01, que dice: ‘El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que esté por ellos yerra no es sabio.’ (Proverbios 20:01) Es cierto que existen problemas vinculados a la sobre- indulgencia.
¿Qué dijo Jesús cuando dio el vino?
Mientras estaban comiendo, Jesús tomó un pan y dio gracias a Dios. Luego lo partió, lo dio a sus discípulos y les dijo: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo.» Después tomó una copa llena de vino y dio gracias a Dios. Luego la pasó a sus discípulos y les dijo: «Beban todos ustedes de este vino.
- Esto es mi sangre, y con ella Dios hace un trato con todos ustedes.
- Esa sangre servirá para perdonar los pecados de mucha gente.
- Esta es la última vez que bebo de este vino con ustedes.
- Pero cuando estemos juntos otra vez, en el reino de mi Padre, entonces beberemos del vino nuevo.» Después de eso, cantaron un himno y se fueron al Monte de los Olivos.
TLA: Traducción en Lenguaje Actual
¿Qué significa para los cristianos el vino?
Una de las mayores muestras de la importancia del vino en la cultura, sobre todo en la cultura mediterránea es el cómo ha llegado a formar parte de los símbolos más importantes a lo largo de la historia, sobre todo a las religiones. – El vino era un producto consumido por la nobleza y relacionado con las diferentes religiones, ya que había divinidades específicas que protegían los cultivos; desde el Soma védico, el Sabazio tracio, el dios egipcio Osiris y el Amón de los libios.
- En la religión griega, el dios Dionisos le entrega la planta de la vid a Ampelo quién enseña el cultivo a los hombres.
- Al dios del vino se le re- presenta ornado con los racimos y las hojas de la vid, y es un dios contradictorio que produce placer y dolor.
- Muchas veces el dios va acompañado de Sátiros, Ménades y Bacantes; y así lo veremos representado en la época clásica y hasta llegar el siglo XVIII.
La adaptación romana del dios griego es Baco con similares virtudes. Las fiestas relacionadas con este dios estaban vinculadas con el ciclo del cultivo de la vid. La religión clásica y las anteriores de corte politeísta sacralizaban el vino, bien por su origen o por su vinculación con el poder, en muchos casos de reyes-sacerdotes.
- Pero la implantación de la religión monoteísta también concede un papel muy importante al vino.
- En la Biblia se cita el vino, su cultivo, elaboración y consumo más de 150 veces.
- La vid en ese libro sagrado hace referencia a la Tierra Prometida, al ser un cultivo plurianual y continuado que precisa de población estable e instalada, no nómada como lo era anteriormente el pueblo de Israel.
La tierra prometida, en el libro sagrado, de Canaán es pródiga en viñedos y sus frutos son de enorme tamaño, como los que se presentarán en pinturas, relieves y fiestas en toda la Europa cristiana, y que también describe Estrabón en zonas de Armenia.
- En la normativa que la Biblia da a los judíos, existen numerosas re- glas, ya que tanto el fruto como el vino son muy importantes en la alimentación y en los rituales.
- El consumo de vino en las fiestas hebreas, va acompañado de bendiciones rituales al comienzo de cada comida y sobre todo en la cena del Sabat, al atardecer del viernes.
Sobre una mesa cubierta con manteles limpios se coloca el pan y el vino, en recuerdo del maná y de los racimos de uva. A lo largo de la cena ritual se bebe vino en cuatro ocasiones. La Biblia, como libro sagrado pero también recopilación de normas, castiga el abuso del vino, aunque se dan varios casos, en la obra reflejados.
- En la zona donde tradicionalmente se atribuye la aparición del cultivo de la vid, en el siglo VII, surge posteriormente una religión que pena- liza el consumo del vino.
- En tiempos pasados esos pueblos eran productores y consumidores, pero a partir de la promulgación de las normas del Corán el consumo está prohibido.
Algunos poetas y escritores árabes han alabado el vino, incluso después de la prohibición. Muchos países de religión musulmana han sido productores de vino, aunque algunos de ellos han reducido los cultivos, llegando en varios a desaparecer las plantaciones en los últimos años.
- Pero la viña como fruta para ser empleada en muchos platos de la cocina tradicional o para sus productos utilizarlos en la elaboración de perfumes, ha sido tradicional en los países árabes.
- En la religión cristiana el vino juega un papel muy importante, siguiendo la tradición judaica, pero intensificando su función dentro de la liturgia cristiana.
La metáfora del vino como sangre de Cristo, preside el ritual de la misa, y ésta imagen va a crear representaciones artísticas de todo tipo. El empleo del pan y el vino como especies que se convertirán en el cuerpo de Cristo, son de una vinculación con el mundo mediterráneo evidente.
La viña es la imagen de la Iglesia, como planta que crece, se extiende y da frutos, y son muy abundantes las referencias a la vid y al vino en los textos sagrados cristianos. En las representaciones artísticas la vid, sus frutos y el vino están presentes hasta nuestros días. Muchos de los retablos enclavados en zonas de viñedo en España reflejan en su decoración los frutos de la vid, y algunas veces en códices, pinturas y grabados van a aparecer motivos enológicos, que además los deberemos de tener en cuenta a la hora de inventariar el patrimonio artístico.
Podemos decir que los tres grupos religiosos monoteístas que han convivido en los países ribereños del Mediterráneo han cultivado la vid para diversos fines, siendo los cristianos y los judíos consumidores de vino en sus rituales y en la vida cotidiana.
¿Qué dice el Nuevo Testamento del vino?
“Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan.” – Sin embargo, el vino que en esta ocasión le sirve para certificar un poder, que ya quisieran para sí los modernos enólogos, se vuelve en contra de Jesús, ya que, según Lucas, los sabios de la ley lo juzgan por consumirlo: Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores.
¿Qué significa el vino para Dios?
El vino, alimento del espíritu Desde su nacimiento, hace más de 5.000 años, el vino ha formado parte de las culturas del ámbito mediterráneo de forma tan intensa que se integra en sus religiones. En algunas se convierte incluso en el mismo Dios. El vino aparece rodeado de un aura especial y, en ese sentido místico, se transforma en alimento del espíritu.
- En la antigüedad se produjo una confrontación entre dos concepciones místicas radicalmente opuestas.
- Las religiones antiguas fueron finalmente desplazadas por las llamadas “religiones del Libro”, lo que supuso un cambio radical en la concepción misma de lo espiritual.
- El vino mantuvo un papel importante a pesar de esos cambios y conservó su dimensión esotérica, aunque con algunas diferencias sustanciales.
La lucha de las dos concepciones religiosas se refleja claramente en la Biblia, en la lucha del concepto hebreo (la primera religión del Libro) contra la mitología de los pueblos de Canaán, la Palestina actual, una región considerada por los judíos nada menos que como la “tierra prometida por Dios”.
En consecuencia, el “pueblo de Dios”, el pueblo judío, se atribuye el mandato divino de destruir a los pueblos que habitan Palestina. En sus mandamiento les dice “no matarás”, pero luego ordena: “Ve a Canaán y mata a todos los que encuentres allí”. Cuestión milenaria que explica muchas cosas aún hoy. La invasión puramente guerrera se viste con un manto religioso.
El enfrentamiento económico (las tribus ganaderas nómadas de Israel ambicionaban los pastos de Palestina, “tierra de leche y miel”) se envuelve de misticismo escenificando un claro enfrentamiento de dos conceptos irreconciliables: la sociedad matriarcal de la diosa Astarté, pacífica, hedonista, agrícola, es desplazada violentamente por el belicoso pueblo ganadero de Yahvé.
- Se impone una religión monoteísta, de una divinidad celestial inaccesible y de culto a la muerte, frente a las divinidades ctónicas y la celebración de la vida del viejo sistema.
- La adoración a un dios recluido en los templos se impone al culto a la naturaleza, que se celebraba en todas partes.
- En el proceso, que se prolonga en el enfrentamiento entre el cristianismo y el politeísmo de Roma, el vino mantiene su carácter de elemento relacionado con la divinidad, pero cambia sustancialmente su concepción mística.
En las religiones antiguas, hedonistas y antropomorfas, el vino simboliza la unión de lo terrestre y lo espiritual, en un plano similar al que se atribuye al sexo, con el que está íntimamente relacionado en celebraciones como las bacanales o la idea tántrica de “los cinco esenciales”: cereales (simbolizan el reino vegetal), carne (el reino animal), pescado (el reino acuático), vino (el ámbito sensorial) y unión sexual (el reino de lo espiritual).
Esos cinco elementos conviven en un ritual que tiene mucho en común con las bacanales, en las que se manejan conceptos como “la borrachera sagrada” o “el sexo sagrado”. Las religiones del Libro (judaísmo, cristianismo e islamismo) repudian y combaten, con éxito, como es público y notorio, esa filosofía sensorial y se especializan en lo espiritual y en la represión de las inclinaciones hedonistas.
Conciben el paso por la tierra, el “valle de lágrimas”, como una especie de prueba iniciática para conseguir la dicha en una vida futura. El sexo se convierte en pecado (hasta el punto de que el dios de los cristianos es concebido sin intervención del sexo) y el vino pierde el carácter de vehículo de unión entre lo terrenal y lo espiritual y, para una parte de los cristianos, los católicos, adquiere el nivel máximo de bebida sagrada y pasa a ser nada menos que parte de la divinidad, la sangre de Cristo, aunque sigue siendo accesible al humano.
- Hay que decir que esa separación del vino de su vínculo con el placer terrenal fue progresiva.
- En las primeras fases del cristianismo mantiene su carácter sensorial, continuación, como tantas otras cosas en esa nueva religión, de las prácticas paganas imperantes.
- El episodio de las bodas de Caná, en las que se pone en evidencia la relación estrecha del vino con los placeres de la carne, revela también que, tal como se sospecha, el fundador del cristianismo era mucho menos asceta de lo que fueron sus seguidores y de lo que difunde la doctrina oficial.
En la tercera religión del Libro, el islam, el vino escapa del alcance humano; está prohibido, como todo lo que afecta al cerebro (narcóticos), y, sin embargo, forma parte del premio que el Corán reserva a sus fieles: “He aquí el cuadro del Paraíso que ha sido prometido a los hombres piadosos: arroyos cuya agua no se malea nunca, arroyos de leche cuyo gusto no se alterará jamás, arroyos de vino, delicia de los que lo beban, arroyos de miel pura, de toda clase de frutos y del perdón de los pecados”, amén de la tantas veces prometida presencia de las huríes.
La prohibición coránica no ha sido monolítica a lo largo de la historia. Abundan las referencias, sobre todo en Al-Andalus a través de los poetas cordobeses, del consumo de vino entre los musulmanes. Pero ese consumo no es únicamente una trasgresión pecaminosa más o menos disimulada (en algunas etapas el vino es denominado eufemísticamente “jarabe”, tal vez por tratarse de vinos dulces del estilo de los pedroximénez actuales).
Los sufistas, cuya filosofía concibe el mundo como una emanación de Dios, consideran al vino como un símbolo de la gracia divina y heredan una idea que tiene gran relieve en el cristianismo, aunque es mucho más antigua, la del vino como sangre divina: para griegos y romanos es la sangre de Dionisos/Baco.
Dogma de fe El vino aparece en los primeros pasos de la mitología de las religiones del Libro con un papel cargado de simbolismo. Adán y Eva se cubren con una hoja de parra cuando son expulsados del Paraíso y, según la Mishna hebrea, el árbol de la ciencia, del bien y del mal que provocó el desastre sería una viña y no un manzano.
Ese concepto tiene continuación en la interpretación cabalística del mito de Noé, un personaje, por cierto, que existe también en las tradiciones del Asia Central; según los cabalistas el mito de Noé es una alegoría del conocimiento y la borrachera simboliza el acceso al conocimiento.
- Sin embargo, el episodio donde el vino adquiere todo su peso iniciático y en el que adquiere su dimensión mística cristiana es en el de la última cena, el ofrecimiento simbólico del pan y el vino, convertidos en carne y sangre de Cristo, es decir, del mismo Dios.
- Es una carga esotérica que se proyecta a la epopeya legendaria de la búsqueda del Grial, que es precisamente la copa utilizada por Jesús en la última cena, e interviene en la investigación alquimista de la piedra filosofal con algunos efectos colaterales: en la búsqueda del espíritu del vino se llega a los espirituosos, aprovechando el arte de la destilación, desarrollado por los árabes.
La última cena se reproduce simbólicamente en la ceremonia más importante del rito católico, la misa. No obstante, en los primeros siglos del cristianismo el ágape era real y se conmemoraba la última cena con un auténtico banquete, más o menos pródigo.
Tal vez hubo más de un exceso de aire un tanto báquico y en 363 el Concilio de Laodicea prohibió tales ágapes, que quedaron en un mero símbolo: la hostia (palabra que tiene su raíz en el latín hostis, sacrificio) y el vino. Por cierto que el vino quedó reservado a los oficiantes, de forma que los sacerdotes fueron los únicos que tenían acceso a la sangre (el vino) mientras que los fieles se conformaban con la carne (la hostia), tal como se celebra en la actualidad.
En la misa, los fieles entran en contacto directo con la divinidad y reproducen la ofrenda iniciática del pan y el vino, transformados milagrosamente en la carne y la sangre del fundador del cristianismo. Esa ceremonia, y concretamente la transformación del vino en sangre y el pan en carne, fue el origen de duras controversias, hasta el punto de provocar uno de los más sangrientos cismas de la cristiandad.
El Concilio de Trento estableció en el siglo XVI el dogma de fe de la “transubstanciación”, es decir el cambio milagroso de la propia sustancia del pan y del vino consagrados, que se convierten durante la Eucaristía en carne y sangre divinas. La transubstanciación es para los cristianos católicos una conversión real y no simbólica, como mantenía el suizo Zwinglio, o ideal o virtual, tal como mantenía el francés Calvino, dos de los más destacados herejes de la cristiandad.
Su calificación como dogma de fe significa que los católicos han de creer en el principio de la transubstanciación al margen de lo que les digan sus sentidos. Es decir, el vino de misa tiene aspecto de vino, huele a vino (más o menos) y sabe como el vino, pero es sangre.
Y la hostia, igual. Un vino puro Con ese importante destino, el vino de consagrar no puede ser un vino cualquiera. Ha de ser un vino puro y natural obtenido de uvas (“vinum debet esse naturale de genimine vitis et not corruptum”, dice el Canon 924), según los criterios establecidos por la jerarquía católica, que ha regulado minuciosamente los procesos de elaboración del pan y el vino de consagrar a través del Canon 815 del Código de Derecho Canónico, que data de 1917.
El vino de misa, ese oscuro objeto del deseo de todo monaguillo que se precie, tiene tras sí todo un complejo entramado de normas para su elaboración, definida y controlada nada menos que por el organismo eclesiástico heredero de la Inquisición. No en vano, la ausencia de cualquiera de las tres características esenciales, natural, puro y de uva, invalida la ceremonia de la misa.
El vino de misa ha de estar elaborado exclusivamente con uvas y tiene que haber fermentación. La norma no admite el mosto ni los vinos desalcoholizados. Se acepta el vino de pasas pero no el de uvas agraces y en su elaboración y conservación no deben intervenir prácticas ni productos que alteren la naturaleza del vino o su composición.
En la fermentación, que ha de ser “natural”, se admite el uso de levaduras cultivadas pero no el de las modernas levaduras seleccionadas. Se prohíbe la adición de productos enológicos habituales, como yeso, azúcar, colorantes o decolorantes, taninos y clarificantes, con la excepción de clara de huevo, papel puro, sílice y asbesto.
La jerarquía no considera aptos los vinos alterados o picados, pero está también prohibido el sulfitado de los vinos, aunque se admite la desinfección con sulfuroso de los depósitos y barricas, así como de los mostos. Para la conservación del vino se autoriza la pasteurización, la concentración por frío, por vacío o por calor (calor moderado y aplicado por “baño maría”, no por fuego directo; no se autoriza la adición de alcohol, salvo en el caso de que haya riesgo de que el vino se corrompa.
La adición de agua se autoriza únicamente en el momento de la Eucaristía y sólo por considerar que reproduce la práctica habitual hace dos mil años de “bautizar” ligeramente los vinos. El resultado final es un vino blanco y dulce, con 100 a 150 gramos de azúcar por litro, y la verdad es que no demasiado atractivo según los parámetros actuales ya que la prohibición de adiciones y prácticas enológicas dejan al vino desprotegido ante los agentes externos, sobre todo ante la oxidación.
¿Qué significa Dios del vino?
Así pues, Baco sería la versión romanizada en la que se adoptó la figura de Dioniso en el Imperio Romano. Un dios dedicado al vino, a la vid y a la fertilidad. Deidad también de los trabajos del campo y de la agricultura, a él se encomendaban los campesinos griegos y romanos para pedir una cosecha fructífera.
¿Donde dice que Jesús vino?
“El símbolo de Jesús y del lugar que ocupa en nuestros corazones debe ser una vida totalmente entregada a Su servicio, a amar y cuidar a los demás”. Cuando Jesús fue llevado ante Pilato, después de una obscura noche llena de odio, de insultos y de maltrato, el orgulloso Procurador romano rápidamente pudo darse cuenta de que éste no era un hombre común.
- Jesús no manifestó ninguna actitud servil ni el falso valor característico de aquellos que suplicaban misericordia ante el poder del imperio de Roma; sino que permaneció en silencio ante el orgulloso romano; con la cabeza erguida, majestuoso, con porte dócil pero al mismo tiempo digno de un rey.
- ¿Luego, eres tú rey?”, inquirió Pilato ( Juan 18:37 ).
Jesús, el Rey de Reyes, cuyo Padre le hubiera dado “más de doce legiones de ángeles” ( Mateo 26:53 ) si tan sólo se lo hubiera pedido, cuya gloria y majestad trascendían cualquier cosa que Pilato o cualquier otro hombre hubiese podido comprender, respondió con sencillez: “Tú dices que yo soy rey.
Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” ( Juan 18:37 ). Pilato, un hombre débil e indeciso, carente de integridad e indiferente a los principios correctos, replicó en tono cínico: “¿Qué es la verdad?” ( Juan 18:38 ). Luego, aunque no halló en Jesús ningún delito y además sabía con certeza que Él no era ningún agitador político ni una amenaza para el poder y la autoridad de Roma, Pilato cedió a la presión de la multitud sedienta de sangre, y entregó a Cristo a quienes lo irían a crucificar.
“Para esto he venido al mundo”. ¿Y qué era esto ? ¿Por qué Jesús, el Señor Dios omnipotente, que se sienta a la diestra del Padre, creador de mundos sin fin, legislador y juez, condescendió venir a la tierra para nacer en un establo, vivir la mayor parte de su existencia terrenal en la obscuridad, caminar por los polvorientos senderos de Judea proclamando un mensaje al que violentamente muchos se oponían, para ser al final traicionado por uno de Sus allegados más íntimos, y morir entre dos malhechores en la sombría colina del Gólgota? Nefi, que se glorió en “Jesús, porque él ha redimido mi alma del infierno” ( 2 Nefi 33:6 ) comprendía la motivación de Cristo: “Él no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo; porque él ama al mundo, al grado de dar su propia vida para traer a todos los hombres a él” ( 2 Nefi 26:24 ).
El amor que sentía por todos los hijos de Dios fue lo que llevó a Jesús, único en su perfección sin pecado, a ofrecerse como rescate por los pecados de los demás. Como dice la letra de un himno predilecto: “Pues el Señor Su vida dio y con Su sangre nos salvó” ( Himnos, N° 106). Ésa fue, entonces, la causa sublime que trajo a Jesús a la tierra a “sufrir y por los hombres a morir”.
Vino como “cordero sin mancha y sin contaminación” ( 1 Pedro 1:19 ) para expiar nuestros pecados para que Él, al ser levantado sobre la cruz, pudiese atraer a sí mismo a todos los hombres (véase 3 Nefi 27:14 ). Según las acertadas palabras de Pablo: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” ( 1 Corintios 15:22 ).
El símbolo de su triunfo sobre la muerte es la tumba vacía. Aquel al que “levantó Dios al tercer día” ( Hechos 10:40 ) desató las “ligaduras de esta muerte temporal, de modo que todos se levantarán” ( Alma 11:42, cursiva agregada) y lograrán “la victoria sobre la tumba” ( Mormón 7:5 ). En Él “el aguijón de la muerte es consumido” ( Mosíah 16:8 ).
No obstante, Jesús vino a traer no sólo la inmortalidad, sino también la vida eterna a los hijos de nuestro Padre. A pesar de que la Expiación de Cristo proporciona la resurrección de las personas de todo el universo, ya sea que lo merezcan o no, el don de la vida eterna, o sea la vida con el Padre y el Hijo, en Su presencia perfecta, está reservado para los fieles, para aquellos que manifiestan su amor por Cristo mediante su deseo de seguir Sus mandamientos y hacer convenios santos y guardarlos.
- El que tiene mis mandamientos, y los guarda”, nos recuerda Jesús, “ése es el que me ama” ( Juan 14:21 ).
- Tal como lo han declarado los profetas a través de los tiempos, únicamente si hacemos convenios sagrados y los guardamos, esos sagrados acuerdos celestiales entre Dios y el hombre, llegaremos a ser “participantes de la naturaleza divina” y escapar a “la corrupción que hay en el mundo” ( 2 Pedro 1:4 ).
Antes que nada, Jesús vino a la tierra como el Salvador expiatorio que murió para que todos pudiesen tener “paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero” ( D. y C.59:23 ). Sin embargo, vino también por otra razón: para servir como ejemplo para todos del potencial divino del hombre, la norma mediante la cual debemos medir nuestra vida.
Aquel que proclamó Su divinidad a la mujer samaritona en el pozo de Jacob (véase Juan 4 ) nos exhorta a ser “aun como yo soy” ( 3 Nefi 27:27 ), a ser perfectos “como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” ( 3 Nefi 12:48 ). Desde lo más hondo de esa inefable perfección, Él nos hace el llamado de cuidar a los enfermos, a los pobres, a los afligidos, a orar y a sentir compasión hacia todos los hijos de Dios, porque “Dios no hace acepción de personas” ( véase Hechos 10:34 ).
Para Él no hay barreras de raza, género ni idioma: Según explicó Nefi: “a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios” ( 2 Nefi 26:33 ).
A aquellos de entre nosotros que se preguntan quién es nuestro prójimo, Él habló del buen samaritano; del pastor que dejó a sus noventa y nueve ovejas para ir a buscar a la que se le había perdido; y del hombre que “hizo una gran cena” a la cual invitó “a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos” ( Lucas 14:16,21 ).
Jesús, el Maestro Supremo, a menudo enseñaba verdades eternas que extraía de las experiencias comunes de la vida. Una de esas lecciones tiene que ver con la necesidad que tenemos de dar con espíritu de sacrificio y con la verdadera intención de bendecir a los que sean menos afortunados que nosotros.
- Lucas anotó en el registro que cuando Jesús se sentó en el templo, observaba a los que ponían sus ofrendas en el arca de las ofrendas.
- Algunos depositaban su obsequio con actitud piadosa y sinceridad de propósito, pero otros, aunque daban grandes sumas de plata y oro, lo hacían de manera ostentosa, principalmente para ser vistos de los hombres.
Entre las largas filas de donantes se encontraba una viuda pobre, quien depositó en el arca de las ofrendas todo lo que tenía, dos pequeñas monedas de bronce conocidas como blancas, que juntas sumaban menos que el valor de medio centavo en dinero americano.
- Percatándose de la desproporción que había entre lo que ella dio y las ofrendas cuantiosas de algunos otros, Jesús proclamó: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos”.
- Si bien el rico había dado de su abundancia, “ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía” ( Lucas 21:1–4 ).
Jesús sabía que la cantidad que damos no es lo que importa. De acuerdo con la aritmética de los cielos, el valor lo determina la calidad y no la cantidad. Para Dios, lo que es aceptable es la intención del corazón y de la mente bien dispuesta (véase 2 Corintios 8:12 ).
Jesús sentía un amor especial hacia los niños. Tanto en el viejo continente como en el nuevo, los exhortó a venir a Él (véase Lucas 18:16 ; 3 Nefi 17:21–24 ). En el registro nefita se encuentra asentado el dulce testimonio del tierno amor que Cristo tiene hacia los pequeñitos: “y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos.
“Y cuando hubo hecho esto, lloró” ( 3 Nefi 17:21–22 ). Jesús sabía que los niños son puros y sin pecado, “si no os volvéis y os hacéis como niños”, dijo, “no entraréis en el reino de los cielos” ( Mateo 18:3 ). El rey Benjamín, el gran profeta nefita, explicó lo que significa llegar a ser como un niño: “sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él” ( Mosíah 3:19 ).
- En un mundo en el que día a día presenciamos tanta indiferencia insensible hacia los menos afortunados, Jesús habló de la necesidad de dar de comer al hambriento, de dar de beber al sediento, de dar albergue al forastero, de vestir al desnudo y de visitar a los enfermos y a los encarcelados.
- En una de las pruebas más difíciles del ser un discípulo de Cristo, el Señor nos exhortó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” ( Mateo 5:44 ).
Nos recordó que al hacer actos de caridad en beneficio de los demás, incluso de aquellos que algunos consideran los “más pequeños”, “a mí lo hicisteis” (véase Mateo 25:35–45 ). Enseñó no sólo acerca de la obligación que tenemos de ayudarnos los unos a los otros temporalmente, sino también en cuanto a las consecuencias poderosas, eternas y espirituales que esto conlleva.
- En verdad, todos Sus mandamientos, al final de cuentas, son espirituales y no sólo temporales.
- Por lo tanto, las Escrituras nos amonestan que “a fin de retener la remisión de pecados de día en día, para que sin culpa ante Dios de bienes al pobre, cada cual según lo que tuviere” ( Mosíah 4:26 ).
- Por tanto, a fin de cuentas, la mejor manera de manifestar nuestra devoción a Cristo y nuestro deseo de seguir Sus pasos es por la forma en que vivimos y le servimos.
El símbolo de Jesús y del lugar que ocupa en nuestros corazones debe ser una vida totalmente entregada a Su servicio, a amar y cuidar a los demás, a una consagración total a Cristo y a Su causa; a un renacimiento espiritual que produce “un gran cambio” en nuestros corazones y nos prepara para recibir “su imagen en rostros” ( Alma 5:13–14 ).
- El tomar el nombre del Señor sobre nosotros significa que estamos dispuestos a hacer cualquier cosa que Él requiera de nosotros.
- Alguien ha dicho que el precio de una vida cristiana es el mismo de siempre: es sencillamente dar todo lo que poseemos sin retener nada, ” todos pecados para conocer ” ( Alma 22:18 ).
Cuando no vivimos de acuerdo con las normas del Señor por pereza, indiferencia o iniquidad; cuando somos inicuos o crueles, egoístas, sensuales o frívolos; en cierto sentido estamos crucificando de nuevo al Señor. Cuando en todo momento nos esforzamos por ser lo mejor; cuando estamos al cuidado de los demás y les servimos; cuando superamos el egoísmo con el amor; cuando ponemos el bienestar de los demás antes que el nuestro; cuando llevamos las cargas los unos de los otros y ” con los que lloran”; cuando ” a los que necesitan de consuelo, y testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” ( Mosíah 18:8–9 ), es entonces que honramos al Señor, recibimos Su poder y llegamos a ser más y más como Él, haciéndonos más y más resplandecientes, si perseveramos, “hasta el día perfecto” ( D.
Y C.50:24 ). No hay voz que pueda declarar, ni lengua que pueda proclamar la plenitud del ejemplo indescriptible de Cristo. Las palabras de Juan, el amado, dicen: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” ( Juan 21:25 ).
Termino en donde comencé, con las majestuosas palabras de Cristo a Pilato: “Para esto he venido al mundo”. Cuan agradecidos debíamos estar de que Él vino hace dos mil años, para expiar nuestros pecados y establecer el ejemplo para nuestras vidas. Nosotros proclamamos esa gran verdad a todo el mundo.